OPINION
De pequeño aprendí que lo justo es apoyar al débil y criticar al poderoso cuando comete injusticias. Hoy está más que justificado.
A pesar de tenerlos a poco más de cien kilómetros de donde vivo y formar parte de la historia reciente de España, el Sáhara siempre se me ha antojado lejano. La complejidad de las relaciones internacionales y su difícil solución en la inoperante ONU siempre me han hecho seguir el porvenir de este pueblo con cierto escepticismo. Sin embargo la actuación de las fuerzas militares y policiales de Marruecos para desmantelar el campamento de Gdeim Izik marcará un antes y un después en mi vida.
El salvajismo con el que ha actuado un país que se autodenomina “democrático”, la tiranía de un rey que impide la entrada de periodistas internacionales en una zona de conflicto y el silencio de toda los gobiernos hacen que, como ya ocurriera con la guerra de Irak, vuelva sentir asco y vergüenza.
Capítulo aparte merece la actitud del gobierno de mi país. Un ejecutivo que ahora mismo hace que difícilmente pueda mirar a los ojos de cualquier saharaui. Llegar a escuchar a un Presidente decir que ante una violación de los derechos humanos, lo que priman son los intereses estatales, me provoca náuseas. ¿A qué tiene miedo el líder de la Alianza de Civilizaciones?. Ese señor que llegó a insinuar que lideraría el proceso de paz en Oriente Medio ha dado muestras evidentes de que es incapaz de condenar si quiera un ataque sin precedentes. A esa actitud, en mi tierra se le conoce como cobardía aunque también podría catalogarse como mediocridad. Más aún cuando este mismo Gobierno se caracteriza por una inacción marcada por las directivas que fijan los tradicionales aliados del reino alauita. Nadie está esperando que Francia o Estados Unidos condene esta violación porque en el guión no está previsto que alcen la voz. Además en el territorio saharaui no hay petróleo (que sepamos por ahora). Pero España, nuestro Gobierno y nuestro Rey sí deberían dar un paso al frente por responsabilidad y porque se lo está demandando un amplio sector de la población española. ¿A qué demonios esperan?. En este caso no estamos hablando de tomates, pepinos, pateras o supuestos terroristas y delincuentes que atraviesan nuestras fronteras. Estamos hablando de pérdida de vidas humanas. Da igual el número, con una es más que suficiente.
Ayer decenas de saharauis emocionados ondeaban la bandera de su país en uno de los conciertos del WOMAD mientras Amparo Sánchez realizaba guiños al Sáhara. Anoche se oían gritos “no queremos la guerra, queremos la libertad”.